Un mandao con ñapa
José Marcano Carpintero
Uno de los tantos roles que cumplí en mi niñez fue el
de mandadero. Hacer mandados es todo un arte e implica, entre otras virtudes,
rapidez y honestidad. Siempre hubo mandaderos, raudos, lentos, distraídos, los
que entregaban el vuelto fallo; los más comunes, aquellos que se demoraban con
el mandado por estar jugando pichas. Había casos muy especiales, como el de
Michía, un triponcito sobrino de la abuela que tenía por costumbre pedir ‘la
ñapa de papelón’, tantas veces fuera a la bodega. Un día el bodeguero,
hastiado, le dio de mala gana un papelón y la orden: “te lo comes todo aquí
mismo”, el negrito lo engulló completo; llegó a casa exultante, los cachetes y
la panza manchados de melao. Un ataque de lombrices lo mantuvo convaleciente
algunos días y lo libró de la costumbre de pedir la ñapa de papelón. En otra
oportunidad se vio en serios aprietos cuando llegó con el casabe pellizcado
casi hasta la mitad y el cuento de que así se lo habían vendido, la abuela
inmediatamente lo puso de vuelta a cambiarlo con la amenaza de una pela. Ya los
muchachos no hacen mandados… y la ñapa, ni se nombra.