Tardes de Medialuna
Uno de
los tesoros más hermosos que guardo en mi memoria son las tardes de empanadas
con la abuela. Una magia festiva envolvía aquellos momentos deliciosos, magia
acentuada en el instante cuando paladeaba aquel primer bocado de sabor y aromas
irrepetibles.
Era un ritual hermoso que comenzaba
con la escogencia de un trozo de queso blanco, no muy salado, fresco; seguía la
preparación de la masa con harina de maíz y harina de trigo, una pizca de sal y
un guiño de dulce, generalmente papelón, sobada con fervor para ‘darle el
punto’.
Meticulosa la abuela, de rígido
turbante, iba preparando todo con diligente sonrisa y un son casi imperceptible
que brotaba de sus labios, traducido en ritmo de polo o galerón. En una mesa
grande distribuía los ingredientes. Las manos diestras iban dando forma a las
empanadas y de vez en cuando un tirón a una manita intrusa que entraba furtiva
en el tazón de queso rallado.
Aquellas manos mágicas de la abuela,
las mismas que hacían los buñuelos, iban de la mesa a la paila y volvían a la
mesa con el manjar servido, un pocillo de chocolate claro y el derecho de pedir
otra medialuna.
Autor: José Marcano Carpintero